Me retiro del ruido exterior y contacto con mi voz interior. El silencio de la sala contrasta con el grito desgarrador que proviene de dentro, del pecho hundido, cansado de contenerlo. La respiración es corta y poco profunda, quiere escapar de su prisión de ventanas cerradas y puertas con llaves perdidas.
Me retiro del ritmo frenético y la exigencia del hacer. Contacto con mi falta de energía, la apatía, la falta de creatividad, la desesperanza del reloj que avanza despacio a ninguna parte.
Me retiro de la gente, contacto con mi soledad, con mi necesidad de contacto.
Me retiro del exterior y contacto con mi cuerpo, dolorido, necesitado de escucha. Abandonado pide reposo y cuidado.
Me retiro de la mente y contacto con la emoción. Una vez más, hay tristeza. La reconozco y la abrazo. Encogido contacto con el deseo de ser querido, de quererme. Voy de fuera a dentro.
Abrazado a mi capacidad de amar comienzo a sentir el calor que comienza en el pecho.
El cuerpo agradece la sensación cálida del abrazo y se emociona cuando de los ojos brotan señales de vida que se deslizan por las mejillas.
Amor, calor, sensaciones corporales, energía que vuelve a fluir, que derrite los glaciares y muestra la sensibilidad que había sido ocultada por el ir y venir sin rumbo en busca de aquello, que estaba dentro. Respiro. Voy de dentro, a fuera.
Muy íntimo y personal este artículo. Muchas gracias por esa apertura interna.
Tener tiempo para uno mismo…
El lado positivo de los confinamientos.